Fajardo, natural de la isla de Fuerteventura, necesita un apartado propio como intérprete y muy al margen del resto de la escena independiente. Estar ante el tipo, ahí, sentado con una guitarra y escuchar su voz por la sala – cerrar los ojos ante el impacto – supone un diálogo, una invitación a la catarsis a la que no estamos demasiado acostumbrados.